Hispanidad... ¡tendrás tu reino! Pero tu reino no será de este mundo
León Felipe (1884-1968)
Un día mi padre llegó a casa con un disco extraño. Dijo que iba a ser un secreto entre nosotros y que no convenía que se supiera mucho sobre su contenido. Que eran unas canciones sobre una patria antes quemada que rendida por las armas; que sus mejores defensores están muertos pero su derrota es la envidia del mundo entero.
Prius flammis combusta quam arma Numantia victa. (Sea antes Numancia consumida por las llamas que vencida por las armas).
Estas canciones nos provocaban de una manera que es difícil de explicar, porque hablaban de derrotas, y sin embargo, elevaban el espíritu. Quien quiera entender la idea, que lea al poeta romano Décimo Junio Juvenal (60-128 d.C.):
''Hay pueblos valientes, pero desafortunados, como los íberos y los mauritanos''
Con 2.000 años de anticipación los romanos pudieron predecir qué iba a ser de nosotros, los descendientes de los íberos (españoles y portugueses) y de los mauritanos (los pueblos bereberes del Norte de África, entre España y el Sahara, al Oeste del África negra). Es cierto que los militares romanos conquistaron Iberia o Celtiberia, Hispania o España, y Lusitania, lo que se dice conquistar, que era un ¡ay de los vencidos!. Y es cierto que luego entraban a Roma arrastrando encadenados a los prisioneros y con los carros rebosantes del botín los vencedores, vestidos de púrpura y coronados de laurel.
Pero, por ser un pueblo antiguo, los romanos todavía conservaban el sentido de la ética que los imperialistas actuales han perdido completamente junto con los sentimientos de culpa, de remordimiento y de vergüenza.
Pensaban los romanos que si estaban ahí, cantando victoria, era por puro capricho de la diosa Fortuna, que lo mismo premia a los malos que a los buenos, que tiene muchos rostros (como Buena, Mala, o Dudosa) y hasta se la representaba con una ruleta en la mano. Hoy en cambio se piensa que el presente es eterno, que la Fortuna está bajo control, que siempre ganan los buenos y que quien pierde, es porque se lo merece.
Pensaban los romanos que si estaban ahí, cantando victoria, era por puro capricho de la diosa Fortuna, que lo mismo premia a los malos que a los buenos, que tiene muchos rostros (como Buena, Mala, o Dudosa) y hasta se la representaba con una ruleta en la mano. Hoy en cambio se piensa que el presente es eterno, que la Fortuna está bajo control, que siempre ganan los buenos y que quien pierde, es porque se lo merece.
Pero hace 2.000 años hasta los niños de pecho de Grecia y Roma sabían de qué forma el impulsivo Aquiles, el taimado Ulises, y el codicioso Rey Agamenón Atrida ganaron la guerra de Troya sin merecérselo; guerra que debió haberla ganado Héctor: buen hijo, buen hermano, buen padre, buen esposo, gran patriota y héroe de su pueblo, según surge de la Ilíada de Homero, que no era troyano sino griego. Pero Aquiles murió en batalla herido donde era más vulnerable; Agamenón fue apuñalado por su propia familia; y Ulises, luego de un accidentado regreso, encontró su casa invadida por los pretendientes de su esposa.
Con estos relatos de la Ilíada los niños aprendían ¡a leer!. Era el poema nacional griego y la fuente de inspiración literaria de los romanos; y decía eso. Porque es el tipo de cosas que hay que saber de niño para no ser de grande un canalla. Hay que aprender a ser honesto y crítico desde la infancia.
Mezcla de comentarios atroces y oraciones; para solo al final cantar victoria: rituales de purificación que todos los pueblos ''primitivos'' practican con la finalidad de canalizar esa energía psíquica que en una persona sana y con sentido de la ética es el remordimiento y el temor a los cambios de humor de la diosa Fortuna, la más caprichosa de las divinidades del Olimpo, completamente imprevisible y azarosa.
Lo hacían, además, para prevenir la envidia y el ''mal de ojo'' (que es la mirada del envidioso sobre la cosa o persona envidiada) de manera que al día siguiente no fuera el propio vencedor quien cayera en desgracia, o que atrajera la desgracia sobre la ciudad, por envidia de los propios dioses o como castigo por el exceso de haber quebrantado pactos, promesas o juramentos. Por lo mismo, convenía siempre reconocer los méritos del enemigo vencido y nunca exagerar los propios.
''¡La indignación me hará poeta!''. Décimo Junio Juvenal, historiador romano de origen italiano.
''Nunca fue tan injusta la causa de una guerra como en Segeda''.
''El triunfo de los romanos lo fue solo de nombre''. (Lucio Aneo Floro, historiador romano de origen africano).
''Segeda, ciudad de los celtíberos belos, grande y poderosa, había sido inscrita en los pactos de Sempronio Graco. Esta instigó a las ciudades más pequeñas a incluirse en sus límites y se rodeó con una muralla [...] Pero cuando el Senado se informó de ello, les prohibió construir la muralla, les exigió los tributos establecidos en tiempos de Graco, y les ordenó sumarse en campaña a los romanos [...] En verdad, estaban dispensados, pero el Senado concede tales prerrogativas añadiendo siempre que tendrán validez hasta que el propio Senado y el pueblo lo estimen oportuno''.
''Así pues, se envió contra ellos como general a Nobilio con un ejército no inferior a treinta mil hombres [...] Caro de Segeda les puso una emboscada con veinte mil infantes y cinco mil jinetes, atacando a los romanos en un bosque mientras lo estaban atravesando, y aunque la batalla estuvo igualada durante largo tiempo, consiguió una brillante victoria y aniquiló a seis mil ciudadanos romanos''.
''[...] La caballería romana los atacó a la carrera. Dieron muerte a Caro, que sobresalía por su valentía y no merecía la muerte. Mataron también, en represalia, a otros de su entorno, en número no inferior a seis mil, hasta que la noche, con su llegada, separó a los contendientes''.
''Esto aconteció el 23 de agosto [del año 153 a. C.] mientras los romanos celebraban las sagradas fiestas Vulcanalia. Tan grande fue la desdicha que cayó sobre Roma, que nadie, por iniciativa propia, volvió jamás a iniciar un combate en esa fecha a partir de entonces''. (Apiano de Alejandría, 95-165 d.C.)
Con estos relatos de la Ilíada los niños aprendían ¡a leer!. Era el poema nacional griego y la fuente de inspiración literaria de los romanos; y decía eso. Porque es el tipo de cosas que hay que saber de niño para no ser de grande un canalla. Hay que aprender a ser honesto y crítico desde la infancia.
Además, se suponía que los romanos descendían de los troyanos, un pueblo vencido y peregrino, que después de muchos años de Mala o Dudosa Fortuna había desembarcado en el Lacio con mejor suerte.
Por eso, y según nuestro Profesor de Latín, Vicente Cicalese, -hoy fallecido, autor de Nuestro Viejo Latín-, cuando un Generalísimo romano venía de ganar la guerra de España y Portugal, cuyos nombres antiguos era Hispania y Lusitania, el pueblo romano, en una ceremonia donde no podía faltar nadie, lo recibía con un clamor que retumbaba en toda Roma, que parecía que iba a estallar o a producirse un terremoto, y que consistía en una andanada de insultos e improperios, a manera de conjuros sobre el vencedor.
Mezcla de comentarios atroces y oraciones; para solo al final cantar victoria: rituales de purificación que todos los pueblos ''primitivos'' practican con la finalidad de canalizar esa energía psíquica que en una persona sana y con sentido de la ética es el remordimiento y el temor a los cambios de humor de la diosa Fortuna, la más caprichosa de las divinidades del Olimpo, completamente imprevisible y azarosa.
Lo hacían, además, para prevenir la envidia y el ''mal de ojo'' (que es la mirada del envidioso sobre la cosa o persona envidiada) de manera que al día siguiente no fuera el propio vencedor quien cayera en desgracia, o que atrajera la desgracia sobre la ciudad, por envidia de los propios dioses o como castigo por el exceso de haber quebrantado pactos, promesas o juramentos. Por lo mismo, convenía siempre reconocer los méritos del enemigo vencido y nunca exagerar los propios.
''¡La indignación me hará poeta!''. Décimo Junio Juvenal, historiador romano de origen italiano.
''Nunca fue tan injusta la causa de una guerra como en Segeda''.
''El triunfo de los romanos lo fue solo de nombre''. (Lucio Aneo Floro, historiador romano de origen africano).
''Segeda, ciudad de los celtíberos belos, grande y poderosa, había sido inscrita en los pactos de Sempronio Graco. Esta instigó a las ciudades más pequeñas a incluirse en sus límites y se rodeó con una muralla [...] Pero cuando el Senado se informó de ello, les prohibió construir la muralla, les exigió los tributos establecidos en tiempos de Graco, y les ordenó sumarse en campaña a los romanos [...] En verdad, estaban dispensados, pero el Senado concede tales prerrogativas añadiendo siempre que tendrán validez hasta que el propio Senado y el pueblo lo estimen oportuno''.
''Así pues, se envió contra ellos como general a Nobilio con un ejército no inferior a treinta mil hombres [...] Caro de Segeda les puso una emboscada con veinte mil infantes y cinco mil jinetes, atacando a los romanos en un bosque mientras lo estaban atravesando, y aunque la batalla estuvo igualada durante largo tiempo, consiguió una brillante victoria y aniquiló a seis mil ciudadanos romanos''.
''[...] La caballería romana los atacó a la carrera. Dieron muerte a Caro, que sobresalía por su valentía y no merecía la muerte. Mataron también, en represalia, a otros de su entorno, en número no inferior a seis mil, hasta que la noche, con su llegada, separó a los contendientes''.
''Esto aconteció el 23 de agosto [del año 153 a. C.] mientras los romanos celebraban las sagradas fiestas Vulcanalia. Tan grande fue la desdicha que cayó sobre Roma, que nadie, por iniciativa propia, volvió jamás a iniciar un combate en esa fecha a partir de entonces''. (Apiano de Alejandría, 95-165 d.C.)
''Podrás despojarlos de su oro, podrás apropiarte de su plata; no podrás quitarles el hierro: a los despojados; [a los expoliados, a los explotados] les quedan las armas''. (Literalmente: Spoliatis arma supersunt). Décimo Junio Juvenal.
''En Roma, el pueblo cansado de la guerra con los numantinos, que en contra de toda expectativa se había convertido en un conflicto largo y difícil, eligieron Cónsul a Cornelio Escipión [Africano el Menor], el que había conquistado Cartago [...] quien tras llegar al campamento romano en Iberia, se enteró de que estaba lleno de desidia, disturbios y molicie [...] Expulsó pues, a todos los mercaderes, prostitutas, adivinos y sacrificadores [...]''.
''A pesar de que los numantinos salían con frecuencia en son de batalla y lo provocaban al combate, los desdeñaba, ya que consideraba que era más conveniente no trabar combate con unos hombres que luchaban con desesperación, sino conquistarlos por hambre después de haberlos sitiado''.
''[...] No mucho después, cuando les faltaron todos los alimentos, pues al no tener ni trigo ni ganado ni hierba, [...] lamían pieles después de haberlas hervido, y cuando les faltaron, hervían los cuerpos de los muertos, que cortaban en trozos en la cocina [...] No les faltó ninguna clase de desgracias [...] y como muchos todavía aspiraban a la libertad, y deseaban quitarse la vida ellos mismos, solicitaron un día para morir [...] Tan grande era el amor de la libertad y del valor en esta ciudad extraña y pequeña''. (Apiano).
Estos sentimientos de los greco-latinos eran algo más que temores supersticiosos. Son la base de cualquier sistema moral y ético. De nuestros antepasados se puede decir que fueron gente crítica, lúcida, inteligente y sincera. En todo caso, el mismo Apiano explica cuáles fueron los motivos que tuvo, como historiador, para analizar el hecho de la forma que lo hizo:
''¡Qué clase de hazañas y cuántas en número llevaron a cabo contra los romanos! ¡Qué clase de tratados establecieron en pie de igualdad que los romanos no habían permitido a otros llevar a término! Y cómo desafiaron repetidas veces al último general que les había puesto cerco con sesenta mil hombres [...] Ciertamente, se me ocurrió contar estas cosas sobre los numantinos al reflexionar sobre lo reducido de sus efectivos, su resistencia, sus numerosas hazañas y el largo tiempo que resistieron; algunos se dieron muerte a sí mismos, cada uno de forma diferente; los restantes salieron al tercer día al lugar concedido que daba pena verlos, con los cuerpos sucios; los cabellos y pelos crecidos, largas las uñas, cubiertos de mugre, que despedían un hedor insoportable; también era fétida y mugrienta la ropa que los cubría''.
''A la vista de sus enemigos aparecían dignos de compasión por esas circunstancias, pero temibles por sus miradas, en las que todavía se veía la ira, el dolor, el esfuerzo, y el horror que les producía la conciencia de haberse devorado entre ellos mismos''.
Nunca tuve ocasión de verificar el dato de Cicalese sobre la extraña fórmula de aclamación del vencedor entre los romanos. Pero mi intuición histórica me dice que si no fue exactamente así, debió ser más o menos así. Al menos para salvar nuestro honor latino debería haber sido así. Y la realidad es que hubo un contexto histórico para que fuera de esa manera.
Consta que estos sentimientos no quedaron en declaraciones. En los años 92-88 a.C. los partidarios de Marco Druso Livio el Joven, tribuno de la plebe romana más decidido que los mismos Gracos -con un programa de reforma agraria y ciudadanía universal para todos los itálicos- se entendieron con los miembros de una organización clandestina llamada ''Italia'', formada por los pueblos vecinos, a quienes enviaron numerosa correspondencia, alertándolos de que en Roma había una facción imperialista que se estaba preparando para conquistarlos, y concretando con ellos juramentos de ayuda mutua. Parte del plan consistía en trasladar la capital a Corfinio, lejos de la oligarquía imperialista romana, acuñando una moneda propia con la inscripción ''Italia'' y el ícono del toro en lugar de la loba.
Esta no fue la primera ni la última vez que el partido antiimperialista y democrático romano envió mensajes a otros pueblos de Europa denunciando los planes del partido oligárquico, que solo pudo alcanzar sus objetivos pasando por encima de los cadáveres de Marco Livio Druso (quien apareció asesinado en la puerta de su casa) y de muchos otros.
¡Pobre del poeta, periodista, o político que hoy les reconociera estos derechos a los iraquíes rebeldes que luchan por su patria, ahorcados en grupos de hasta 250 personas por el gobierno títere actual (le llaman a este proceder ''ejecuciones colectivas''); a los libios rebeldes que mueren torturados por decenas por el gobierno títere de turno; ¡pobre del que hoy intercambie información y concrete juramentos de ayuda mutua con ellos! Los siglos XX y XXI son el gran momento anti-humanista de la humanidad.
Eran este tipo de cosas las que indignaban a Juvenal, verdadero fundador del movimiento de los ''indignados'', que en Roma era capaz de ver más allá de sus narices y defender los derechos de todos los pueblos, además de los suyos propios.
Los académicos de Historia de Roma del siglo XIX eliminaron estos datos de los libros y manuales porque querían usar la Historia de Roma para justificar el imperialismo de su propia época. (Aunque, como sabemos, en la historia los hechos se repiten dos veces: la primera, como drama; la segunda como farsa. De manera que si el Imperio romano fue un drama, los Imperios actuales son una auténtica farsa).
Pero en la España del Renacimiento y del Barroco las fuentes romanas se leían directamente, y la Historia todavía era considerada maestra de la vida y fuente de enseñanzas morales. Esto explica por qué cuanto crimen hubo en América fue denunciado a todo pulmón en el estilo de Juvenal; y por qué la legislación del Reino de Indias fue la más avanzada de su tiempo: porque no quiso dejar vacío legal por donde pudiera infiltrarse una injusticia. Y así fue como llegó a legislarlo todo: la jornada de ocho horas; el descanso por embarazo, por maternidad y enfermedad; la prohibición de trabajar los niños, los ancianos e incluso las mujeres en ciertas circunstancias; la formación de cajas de ahorro para cubrir tanto los accidentes de trabajo como la enfermedad y la vejez.
El siglo XXI hoy nos propone la flexibilización laboral y la ''externalización de los costos'', o sea, la esclavitud. Y la gran causa de esclavitud es la misma del siglo VI a. C.: la concentración de la propiedad y del capital, el endeudamiento.
Se explica también por qué en nuestro oscurantista siglo XXI, de esos humanistas españoles del Renacimiento se sigue diciendo que fueron ''exagerados'' y hasta que difamaron a España, cuando, justamente, son la gloria de España... Por primera y quizá, por última vez en la historia se defendió un Derecho Internacional justo, unos Derechos humanos universales, iguales para todos. El ''Teatro de la Legislación Española'' que, al igual que Las Leyes de Indias continuó aplicándose en América hasta mediados del siglo XIX, contenía unas 50.000 leyes.
Por primera, y quizá, por última vez en la historia, decir la verdad fue decir la verdad, sin cálculos ideológicos ni geopolíticos, sin miedo de provocar, y sin esa autocrítica indulgente y autocomplaciente, ni esa ferocidad con el enemigo vencido que hoy caracteriza al mundo bajo la hegemonía de las dos grandes potencias anglosajonas. Sin esas investigaciones interminables que están pensadas para dejar a las víctimas sin reparación.
Aunque los diálogos del drama ''La Controversia de Valladolid'' no coinciden con el contenido real del debate entre Bartolomé de Las Casas y Juan Ginés de Sepúlveda que tuvo lugar en 1550 y 1551 en el Colegio de San Gregorio de Valladolid, permiten recrear el clima y la mentalidad de la época, más propensa a denunciar con vehemencia cualquier injusticia que estuviera a la vista antes que justificarla y silenciarla como se hace ahora. (Sepúlveda, que negaba la igualdad de españoles e indios salió derrotado de la Controversia y sus libros fueron prohibidos en las universidades).
Un solo ejemplo lo demuestra: los archivos. Después de 1945, y con el proceso de descolonización en cierne, el Reino Unido quemó gran parte de sus archivos coloniales, para impedir que sus funcionarios coloniales pudiesen ser juzgados por los crímenes que documentaban aquellos registros. La misma actitud observa EEUU cuando oculta o destruye -o ''desclasifica'' medio siglo más tarde- sus propios archivos imperiales. Y evita enfrentar la Corte Penal Internacional a la que no adhiere.
En cambio, el Archivo de Indias de Sevilla y todos los archivos del Reino de España e Indias son auténticas joyas de la historia que documentan el nacimiento y desarrollo de una civilización. Todos nos enorgullecemos de ellos. España no tenía nada criminal que ocultar, porque, como se verá en la siguiente recreación, lo que había para decir se dijo tanto en el ámbito cerrado como en el abierto. Esto se llama ética y conciencia de una civilización que verdaderamente creía en la salvación y perdición de las almas -que es lo mismo que la salvación y la perdición de las conciencias- no solo a través de la fe sino a través de las obras; que creía en el valor y en el honor sin ponerse a calcular qué mentira conviene convertir en propaganda y qué verdad habría que ocultar por razones de intereses. Y por otro lado los abusos que se denunciaban son totalmente coherentes con los que se practicaban en la misma Europa en esa época, o en el Imperio Turco, o en cualquier otra parte. Pero lo que disgustaba a Las Casas o a Montesinos, era que un cristiano fuera capaz de hacer lo mismo que un turco.
No hubo más misterio que ese. Quiero pensar por el honor de los hispanos que esto no solo ha sido así, sino que sigue siendo así.
Y digamos de pasada que los crímenes políticos internacionales que hoy se practican con la garantía de impunidad que dan las grandes potencias anglosajonas -como bombardear población civil con uranio empobrecido y enriquecido, napalm, drones y fósforo blanco- son un millón de veces más criminales que cualquiera de los crímenes denunciados por Las Casas, Montesinos, y otros.
''Con todas las raíces y todos los corajes...; entrañas donde desembocando se unen todas las sangres, donde todos los huesos caídos se levantan;...decir Madre, es decir a los muertos: '¡Hermanos, levantarse!'...¡Madre! Tú eres la Madre entera con todo su infinito madre...''
El destino de Iberia o Hispania (España; el nombre Portugal no aparece antes del año 1129) durante los 2.000 años de historia después de Numancia fue tal como habían predicho los romanos. Los españoles perdían las batallas.
Perdieron la de Numancia en el año 133 a.C. y cayeron bajo la dominación de los romanos durante 600 años. Perdieron las de Roncesvalles y Tarragona quedando bajo el poder de los visigodos el año 472 y los siguientes 240 años.
Perdieron la batalla de Guadalete en el año 711 d.C. y demás batallas con los moros durante 500 años, hasta 1212, que se produjo la victoria de Las Navas de Tolosa, precedida, sin embargo, de un desastre en Alarcos.
Pero cuando iban a disfrutar de las consecuencias de esta victoria, una hambruna que duró hasta 1225 impidió que el pueblo pudiera beneficiarse de ella; y para mayor amargura, entre 1179 y 1249, Portugal empezó a separarse de España y España de Portugal.
''[...] Muchas coítas pasaron nuestros antecesores,
Muchos malos espantos e muchos malos sabores;
Sofrieron frío e fambre, heladas e ardores;
Estos vicios de agora estonce eran dolores [...].
''[...] España la gentil fué luego destruída;
Eran señores della gente descreída;
Los cristianos mezquinos habían muy mala vida;
Nunca fué en cristianos tan gran cuíta venida''.
''[...] Muríen de gran fambre todos por las montañas,
Non diez, nin veinte nin treinta, mas muchas de las compañas''. (Poema de Fernán González, hacia 1250).
La patria, a pesar de todo, siguió existiendo, porque es un bien que no depende de ganar o perder la guerra sino del cómo ganarla o perderla. Del cómo dependen los valores que se trasmitirán a los descendientes así pasen mil años; esos mismos valores son la patria, aunque se pierda la guerra. Que Dios y la patria están en los detalles lo demuestran las jarchas.
Diez años pasaron sin que Castilla y Aragón pudieran dominar al Reino nazarí de Granada (1482-1492), porque lo que ganaban un año lo perdían al siguiente. Poco pudieron disfrutar los Reinos cristianos de esta victoria, por las deudas contraídas con prestamistas y nobles cristianos de Europa, -extranjeros en realidad, por más cristianos que fuesen-, en cuyo poder quedaron bienes de auténticos españoles, pues los moros habían vivido y trabajado en España durante 800 años.
La autora de este blog cuando tenía 17 años metida dentro de su propio dibujo. |
A diferencia de lo que mucha gente se imagina, Castilla no era en 1492 una metrópoli colonialista pronta para lanzarse sobre América con la finalidad de formar colonias, creando relaciones de dependencia modernas, sino más bien un Reino en proceso de ser colonizado desde afuera y desde adentro por otros Reinos europeos o sus agentes comerciales en la Península ibérica. La dinastía Trastámara que sí era castellana, fue desplazada por los Habsburgo, de origen austríaco y ajenos, desde muchos puntos de vista, a la realidad española; aunque obviamente hicieron aportes muy valiosos, sobre todo después que se asimilaron al ambiente español.
Las primeras víctimas de los Habsburgo fueron los comuneros de Castilla, que no solo representaban las libertades, fueros, gracias, franquicias y privilegios medievales de los pobladores y repobladores castellanos, garantizados por el Rey en las Cartas forales y las Cartas pueblas, sino todo un sistema de pensamiento democrático en formación.
La segunda víctima de la dinastía austríaca, fueron los moriscos, que no eran otra cosa que artesanos y horticultores herederos de antiguas tradiciones técnicas españolas. En 1567 se rebelaron contra una disposición de Felipe II que al recortar libertades religiosas no solo los perjudicaba a ellos, sino a todos los españoles en general.
Los traslados de población morisca (unas 80.000 personas con la finalidad de dispersarlos), la Rebelión de las Alpujarras (1568-1571) y su expulsión en 1609, profundizaron la crisis agrícola y artesana que ya estaba en curso, creando nuevos factores de debilidad ante el avance de las potencias europeas ''occidentales'', cuyo proyecto siempre fue tomar desde adentro a España.
Pero la patria siguió existiendo y brillando. España tuvo a los teólogos, escritores, juristas, historiadores, cartógrafos, etnógrafos, economistas, y cientistas políticos más notables de su época y de todos los tiempos. El pensamiento crítico tuvo su gran momento humanista. España ya no solo era ibérica, goda, sefardita y morisca. Se volvió cada vez más asiática y americana. Revolucionó, con su moneda de plata de circulación internacional, -la mejor respaldada de todos los tiempos- el sistema monetario mundial. Sus marinos y geógrafos exploraron y describieron casi todo el mundo que hoy conocemos.
Entre 1580 y 1640 España y Portugal formaron un solo Reino de España e Indias, Portugal, Brasil y Algarve. Este Reino -el más extenso de la Época Moderna- fundó el sistema de Derecho Internacional y de Derechos Humanos más sólido, racional, legítimo y justo que se conociera durante 300 años. Los mismos países ''occidentales'' que se esforzaban por someter y colonizar a España y Portugal desde adentro, trataron de liquidar este sistema a través de la piratería, las guerras, y una campaña de desprestigio internacional que conocemos como Leyenda Negra.
Pero el estímulo que produjo el contacto con las culturas ibéricas favoreció el surgimiento de un Siglo de Oro (Renacimiento y Barroco) en América y Asia, con producciones musicales, pictóricas, arquitectónicas y obras eruditas de igual o superior calidad que las de Europa. Escritas, no por colonos europeos trasplantados (como ocurrió en Nueva Inglaterra, Nueva Holanda, Nueva Francia), sino por los representantes de las antiguas culturas indígenas, que en lugar de extinguirse o interrumpirse en su desarrollo -como dice cierta propaganda- continuaron vivas y vivificadas por el estímulo renacentista y barroco que acogieron con entusiasmo.
Sus hombres sabios continuaron escribiendo tratados, pero ahora disponían de más recursos conceptuales, técnicos y gráficos: así fue como nacieron las primeras crónicas americanas modernas (la de Fernando de Alva Cortés Ixtlilxóchitl; la del Inca mestizo Garcilaso de la Vega); los primeros estudios precursores de la sociología y la antropología (Don Felipe Guaman Poma de Ayala y el tlaxcalteca Diego Muñoz Camargo); los astrónomos indígenas siguieron observando el cielo como en tiempos precolombinos, pero ahora con otros medios, hasta describir todas las constelaciones visibles del Hemisferio Sur antes que los europeos lo hicieran desde el sur de África (Joan de Santa Cruz Collagua Pachacuti Yamqui); se estudiaron y describieron las hierbas medicinales americanas, como lo hizo, en su célebre tratado, el médico azteca Martín de la Cruz de Santiago Tlatelolco. Y estos libros no solo se escribieron en las lenguas nativas y en castellano, sino en latín, para lectura de toda la comunidad científica internacional, como el tratado del médico azteca que mencionamos, Librito sobre las hierbas medicinales de los indios y que vemos aquí:
Hubo también constructores, albañiles y artesanos indígenas que levantaron iglesias barrocas, pero adaptadas a la estética indoamericana; músicos indígenas que continuaron creando instrumentos musicales y composiciones propias, pero ahora, con nuevas posibilidades técnicas, piezas musicales barrocas como las que podemos escuchar a continuación:
Es evidente que este impulso favoreció también la evolución espiritual y material de civilizaciones como China y Japón, a través de ciudades como Manila, Macao y Nagasaki.
Los traslados de población morisca (unas 80.000 personas con la finalidad de dispersarlos), la Rebelión de las Alpujarras (1568-1571) y su expulsión en 1609, profundizaron la crisis agrícola y artesana que ya estaba en curso, creando nuevos factores de debilidad ante el avance de las potencias europeas ''occidentales'', cuyo proyecto siempre fue tomar desde adentro a España.
Pero la patria siguió existiendo y brillando. España tuvo a los teólogos, escritores, juristas, historiadores, cartógrafos, etnógrafos, economistas, y cientistas políticos más notables de su época y de todos los tiempos. El pensamiento crítico tuvo su gran momento humanista. España ya no solo era ibérica, goda, sefardita y morisca. Se volvió cada vez más asiática y americana. Revolucionó, con su moneda de plata de circulación internacional, -la mejor respaldada de todos los tiempos- el sistema monetario mundial. Sus marinos y geógrafos exploraron y describieron casi todo el mundo que hoy conocemos.
Entre 1580 y 1640 España y Portugal formaron un solo Reino de España e Indias, Portugal, Brasil y Algarve. Este Reino -el más extenso de la Época Moderna- fundó el sistema de Derecho Internacional y de Derechos Humanos más sólido, racional, legítimo y justo que se conociera durante 300 años. Los mismos países ''occidentales'' que se esforzaban por someter y colonizar a España y Portugal desde adentro, trataron de liquidar este sistema a través de la piratería, las guerras, y una campaña de desprestigio internacional que conocemos como Leyenda Negra.
Pero el estímulo que produjo el contacto con las culturas ibéricas favoreció el surgimiento de un Siglo de Oro (Renacimiento y Barroco) en América y Asia, con producciones musicales, pictóricas, arquitectónicas y obras eruditas de igual o superior calidad que las de Europa. Escritas, no por colonos europeos trasplantados (como ocurrió en Nueva Inglaterra, Nueva Holanda, Nueva Francia), sino por los representantes de las antiguas culturas indígenas, que en lugar de extinguirse o interrumpirse en su desarrollo -como dice cierta propaganda- continuaron vivas y vivificadas por el estímulo renacentista y barroco que acogieron con entusiasmo.
Sus hombres sabios continuaron escribiendo tratados, pero ahora disponían de más recursos conceptuales, técnicos y gráficos: así fue como nacieron las primeras crónicas americanas modernas (la de Fernando de Alva Cortés Ixtlilxóchitl; la del Inca mestizo Garcilaso de la Vega); los primeros estudios precursores de la sociología y la antropología (Don Felipe Guaman Poma de Ayala y el tlaxcalteca Diego Muñoz Camargo); los astrónomos indígenas siguieron observando el cielo como en tiempos precolombinos, pero ahora con otros medios, hasta describir todas las constelaciones visibles del Hemisferio Sur antes que los europeos lo hicieran desde el sur de África (Joan de Santa Cruz Collagua Pachacuti Yamqui); se estudiaron y describieron las hierbas medicinales americanas, como lo hizo, en su célebre tratado, el médico azteca Martín de la Cruz de Santiago Tlatelolco. Y estos libros no solo se escribieron en las lenguas nativas y en castellano, sino en latín, para lectura de toda la comunidad científica internacional, como el tratado del médico azteca que mencionamos, Librito sobre las hierbas medicinales de los indios y que vemos aquí:
Hubo también constructores, albañiles y artesanos indígenas que levantaron iglesias barrocas, pero adaptadas a la estética indoamericana; músicos indígenas que continuaron creando instrumentos musicales y composiciones propias, pero ahora, con nuevas posibilidades técnicas, piezas musicales barrocas como las que podemos escuchar a continuación:
Es evidente que este impulso favoreció también la evolución espiritual y material de civilizaciones como China y Japón, a través de ciudades como Manila, Macao y Nagasaki.
El hombre americano ''originario'' de América, no desapareció. Se convirtió en hombre renacentista y barroco. Pero no renacentista o barroco trasplantado, sino un caso de renacimiento propio, por contacto con estímulos internacionales y con un resultado que jamás encontraremos en Europa, porque es nuestro. El embrión de esa cultura que hoy llamamos ''latinoamericana''. No tenemos más que mirarnos en el espejo para darnos cuenta que los indios ''que vos matáis gozan de buena salud''.
Las civilizaciones americanas absorbieron un número mayor de aportes europeos que China o Japón no por imposición española (cosa que en el fondo a los españoles no les interesaba) sino porque, como decía el Padre Gregorio García en 1606, estaban más abiertas a las influencias culturales internacionales que las civilizaciones del Lejano Oriente:
''Los indios, aun sabiendo quipus y figuras [jeroglíficos], aprenden con notable viveza las letras y cifras nuestras y todo lo demás que ven hacer; pero los chinos aborrecen entrar en nuevo estudio, excepto alguno, raro sin duda, por el miedo que tienen de empezar de nuevo otra tarea como la que les ha ocupado la vida''. (El Origen de los Indios del Nuevo Mundo, Libro IV, pág. 246).
La autora del blog a los 17 años |
''Los indios, aun sabiendo quipus y figuras [jeroglíficos], aprenden con notable viveza las letras y cifras nuestras y todo lo demás que ven hacer; pero los chinos aborrecen entrar en nuevo estudio, excepto alguno, raro sin duda, por el miedo que tienen de empezar de nuevo otra tarea como la que les ha ocupado la vida''. (El Origen de los Indios del Nuevo Mundo, Libro IV, pág. 246).
Francisco Laso del Río (Perú). Las tres razas, 1859. |
El aporte africano que siempre había sido característico de España, se reforzó en América. Mientras los españoles nunca pasaron de 300.000 antes de 1800 -y nunca superaron los 3 millones antes de 1975-, los negro-africanos ya eran 1.200.000 a fines del siglo XVIII según el censo realizado entonces, que también contó 4 millones de mestizos.
Al principio, los linajes afrodescendientes se trataron de establecer siguiendo los mismos criterios que en España: moro, moreno, morisco. Negro y mulato se usaron menos que en otras partes del mundo y no tenían el mismo sentido despectivo que en el extranjero. Mulo en español significa híbrido, pero también mestizo, de color moreno o de origen moreno. Por otra parte, la legislación española fue la única de la época que le reconoció derechos de persona al esclavo africano.
A fines del siglo XVIII el 30% de toda la población de Montevideo era negra. Esto convirtió a la ciudad en La Meca de la música de percusión, como La Habana.
El cronista montevideano Isidoro de María (1815-1906) escribió:
''Los congos, mozambiques, benguelas, minas, cabindas, molembos, [...] hacían allí su rueda [...] El tango se prolongaba hasta la puesta del sol''.
Este fragmento sugiere que el tango surgió, por evolución, del candombe, al mezclarse con ritmos internacionales.
En la Época Moderna la humanidad tuvo por primera vez una Patria Grande que abarcaba todos los continentes. El poeta Miguel Hernández (1910-1942) evocó de forma estética y a la vez filosófica, sensible, sentida y profunda, lo que entendía por Madre Patria, en este caso España, pero que no deja de aplicarse a la Patria Grande, que antes era aquel Reino de España e Indias, Portugal, Brasil y Algarve. Su poema está lleno de ricas metáforas que estimulan tanto la imaginación como el pensamiento, construyendo la idea de patria.
Al principio, los linajes afrodescendientes se trataron de establecer siguiendo los mismos criterios que en España: moro, moreno, morisco. Negro y mulato se usaron menos que en otras partes del mundo y no tenían el mismo sentido despectivo que en el extranjero. Mulo en español significa híbrido, pero también mestizo, de color moreno o de origen moreno. Por otra parte, la legislación española fue la única de la época que le reconoció derechos de persona al esclavo africano.
A fines del siglo XVIII el 30% de toda la población de Montevideo era negra. Esto convirtió a la ciudad en La Meca de la música de percusión, como La Habana.
El cronista montevideano Isidoro de María (1815-1906) escribió:
''Los congos, mozambiques, benguelas, minas, cabindas, molembos, [...] hacían allí su rueda [...] El tango se prolongaba hasta la puesta del sol''.
Este fragmento sugiere que el tango surgió, por evolución, del candombe, al mezclarse con ritmos internacionales.
En la Época Moderna la humanidad tuvo por primera vez una Patria Grande que abarcaba todos los continentes. El poeta Miguel Hernández (1910-1942) evocó de forma estética y a la vez filosófica, sensible, sentida y profunda, lo que entendía por Madre Patria, en este caso España, pero que no deja de aplicarse a la Patria Grande, que antes era aquel Reino de España e Indias, Portugal, Brasil y Algarve. Su poema está lleno de ricas metáforas que estimulan tanto la imaginación como el pensamiento, construyendo la idea de patria.
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