miércoles, 14 de mayo de 2014

Un punto en el que no estoy de acuerdo con Joseph Pérez: La España de Felipe II no puede compararse con el imperialismo de Obama. (Parte 1)

Un punto en el que no estoy de acuerdo con Joseph Pérez: La España de Felipe II no puede compararse con el imperialismo de Obama


Habrán notado ustedes que nuestro estimado hispanista francés, recientemente galardonado por su contribución al estudio de la Civilización Española y de la figura de Felipe II, cree que ''actualmente EEUU se considera un ejemplo de lo que fue entonces España'', ''la situación es hasta cierto punto casi idéntica'', ''en ambos casos nos encontramos con una potencia que ejerce una pretensión a la hegemonía, el caso de la Casa de Austria en el siglo XVI, el caso de EEUU actualmente''. Escúchese si no, la entrevista:





Con todo respeto por nuestro hispanista francés, me permito discrepar, y digo que no le tengo miedo a la polémica. Mi punto de vista es que la España del siglo XVI fue lo opuesto de EEUU en la actualidad, y de cualquier otra potencia europea en cualquier momento histórico.

¿Por qué? Porque en el proyecto español del siglo XVI, e incluso, de los siglos siguientes, había un ideal de justicia, de origen medieval, que no se puede comparar con una simple pretensión de hegemonía basada en la fuerza, la habilidad y la astucia, como es el caso de EEUU o de otras potencias europeas modernas. Hay allí una línea divisoria entre lo que es un proyecto ecuménico de raíz cristiana medieval y un proyecto imperialista de corte moderno-contemporáneo. Esta línea divisoria está dada por: 1. la Reforma protestante, y 2. la ética política de Maquiavelo.

Sobre el punto 1, creo que se debería reflexionar sobre el cambio de mentalidad que representa pasar del dogma católico de la transustanciación al dogma luterano de la consustanciación. Hay un pasaje bíblico, que es Mateo 26:26-28, que se corresponde con el tema de La Última Cena, donde Cristo parte el pan, reparte el vino, y dice: ''Este es mi cuerpo y esta es mi sangre, comed de mi cuerpo y bebed de mi sangre''. ¿Y esto qué significa?

En la misa católica se interpreta que, más allá de que la apariencia de la hostia sigue siendo la de un pan, -la hostia es un pan sin levadura que en la antigua Roma se ofrecía a los dioses y en el antiguo Israel se consumía durante la Pascua o Pésaj- y más allá de que la apariencia del vino sigue siendo la del vino durante la eucaristía -el cáliz es un vaso que contiene vino consagrado-, los poderes del sacerdote son tales que hacen que el pan se convierta en el cuerpo de Cristo y el vino en su sangre. Para la fe católica, el pan es la carne, el vino es la sangre. Se trata de un misterio, un dogma y un milagro. A lo largo de su historia, la Iglesia católica ha sostenido la verdad de esta idea: lo hizo durante la Edad Media; en el Concilio de Trento, a mediados del siglo XVI; y también en el Concilio Vaticano II, en el siglo XX. 

Pero cuando se produce el cisma protestante, una de las primeras cosas que atacan los reformadores es este dogma de la transustanciación. Dicen que no se desprende de la lectura bíblica literal. Así tenemos que Lutero propone una interpretación alternativa, la consustanciación. Cuando el hierro entra en contacto con el fuego, toma algunas de sus características, como el calor y el color, pero sigue siendo hierro. No se convierte en fuego. Entonces, lo que la Biblia propone es una comparación. El pan es como la carne; el vino es como la sangre. Quiere decir que tienen algunas de sus características.

Podría parecer una discusión teológica sin ninguna consecuencia. Pero llevada al campo de la política, -y la Reforma religiosa se hizo para ser llevada al campo de la política, y de toda la cultura en general- es la enorme diferencia entre decir que una cosa es, y decir que una cosa representa, o tiene algunas características de otra cosa que no llega a ser nunca en puridad. 

Y en consecuencia, es la enorme diferencia entre el pensamiento mítico o pensamiento ingenuo, y el pensamiento moderno o pragmático. Entre creer de buena fe, y saber que se está ante una justificación o ideología. Lo cual nos lleva a Maquiavelo, que si bien no fue el personaje maquiavélico que se dice, sí creía que el fin justifica los medios, y la moral de los ingenuos no es para los políticos astutos, que saben separar la moral de la política, considerando a la moral más bien como una ideología engañabobos, y a la política un arte, ciencia o técnica donde todo está fríamente calculado.

Y no, esta forma ''maquiavélica'' de pensar no existía en el Egipto faraónico, salvo en individuos aislados. No existía en las antiguas civilizaciones indígenas, pero tampoco existía -en un grado superior- en la España del siglo XVI. La idea de que la carne y la sangre del sacrificado era la carne y la sangre de un dios -que en consecuencia se asociaba con la vegetación- era un dogma para las culturas prehispánicas, pero también lo fue luego para las culturas hispánicas. 

Como otra evidencia de que esto era así, se podría mencionar que hasta el siglo XIX, los creyentes católicos ''materialistas'' siguieron pensando que era posible aliviar el sufrimiento de sus seres queridos en el purgatorio, sufragando por el alma de los difuntos, es decir, pagando un determinado dinero a los clérigos de una determinada parroquia; a esta acepción de la palabra sufragio todavía se la puede encontrar en el Diccionario de la Real Academia Española. Forma parte de un enfoque ''materialista'' de la religión que llega hasta nuestros días. Lo importante es que el creyente católico ''materialista'' promedio y el cura católico ''materialista'' promedio se lo creen, o se lo creían hasta hace poco. Así como hace miles de años lo creían también los babilonios.

Tenía que ser Lutero, en 1517, quien expusiera en sus 95 tesis las falencias que, desde el punto de vista racional, y desde el punto de vista de las Escrituras tenía una tradición, -la de las indulgencias- que en el fondo había permitido financiar las catedrales góticas, pero también, los placeres materiales y el tren de vida de algunos religiosos corruptos. En realidad, un concepto secundario para la teología católica, pero con repercusiones inmediatas desde el punto de vista material. Que Lutero se diera cuenta, y el común de los católicos no se diera cuenta, está muy relacionado con la capacidad de Lutero para diferenciar la consustanciación de la transustanciación, la apariencia de la esencia, la comparación de la metáfora, la representación de las cosas, del ser mismo de las cosas; la ideología o justificación de las cosas, de la realidad, naturaleza, o verdad de las cosas.

Lo cual nos lleva a Cervantes, a Sancho Panza, y al Quijote. Cervantes es un hidalgo golpeado por la vida, que ha roto sus ideas ingenuas una por una. Pero en lugar de quebrarse, es capaz de analizar culta y racionalmente su propia realidad. Lo hace a través de su otro yo, el Quijote. El ingenioso hidalgo de la Mancha es alguien, por así decirlo, ''enceguecido'' por la lectura de novelas de caballería. Hasta que se golpea con la realidad, y sobre todo, con los comentarios de un ''realista'' como Sancho Panza. Entonces, al final, pero muy al final de su vida, se dará cuenta de que una cosa son los gigantes que están en las novelas de caballerías, y otra los molinos de viento, las máquinas, que son los gigantes de la Época Moderna. Las ilusiones del hidalgo son tan ingenuas como la mística de la transustanciación, de los sufragios para las almas del purgatorio, y de las indulgencias que purificaban las almas en la misma medida que elevaban las catedrales.

En Cervantes hay, seguramente, una crítica a una literatura que no se consideraba moralmente edificante, pero Cervantes no llega a las mismas conclusiones que Lutero. El Quijote y Sancho Panza son dos extremos de una pareja dialéctica, que si se complementa, no tiene por qué derivar en extremos opuestos irreconciliables. La contradicción es la esencia misma de la vida, pero contradicción armoniosa que permite iluminar cuál es el justo medio. Lutero, en cambio, hace una cuestión de principios de la consustanciación en sustitución de la transustanciación, es decir, de la eliminación del pensamiento ingenuo. Y con él, el Norte de Europa.

En 1517 se origina un proceso que separa para siempre el Sur de Europa y el Norte de Europa. Esta es una de las razones de peso que ahora dejo esbozada acerca de por qué pienso que la España del siglo XVI no solamente no fue ''casi idéntica'' al imperialismo estadounidense de los siglos XIX, XX, y XXI, sino, en todo caso, ''casi opuesta''. Hay una enorme diferencia entre creer de buena fe que la sangre y el vino, o la carne y el pan, son capaces de transustanciación, -cosa solo posible en el plano místico- y establecer, como principio de realidad, desde un comienzo, que esto es imposible. Es la diferencia entre lo poético y lo pragmático.

Continuará


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