Corría el año 1888, cuando Augusto Marqués, Ministro de Ultramar de España escribió, en un lenguaje muy propio de la época, pero con gran visión de futuro e intuición geopolítica:
''El Nuevo Camino de las Indias de los siglos XVI, XVII y XVIII, que los españoles tuvieron el honor de descubrir y utilizar solos, va a convertirse en el Nuevo Camino de la China y el Japón del siglo XX, y los potentes vapores de las naciones modernas van a surcar la misma línea que los atrevidos galeones de Acapulco a Manila; así es que todo corazón íbero debe sentirse emocionado al considerar que el genio de su raza es el que ha presentido, adivinado, el verdadero camino de los tiempos modernos'' e invitaba a las demás naciones iberoamericanas a participar en el proyecto.
En realidad, nada nuevo hay bajo el sol, y como él mismo decía, lo que hoy es el futuro para nosotros, ya era el futuro en el siglo XIX, y también era el futuro en el siglo XVI. Y seguramente también era el futuro cuando los primeros indoamericanos, de origen asiático y tipo austronesio, se aventuraron hasta Abya Yala desde las costas de China, Oceanía o la India.
El proyecto de Augusto Marqués consistía en integrar las nuevas Repúblicas en un circuito comercial que pasaría por Panamá -cuando el Canal todavía era un proyecto- y conectaría la Península ibérica con el archipiélago de las Marianas y las Filipinas. Estaba prevista la apertura no de uno sino de varios canales a través del istmo centroamericano.
El resultado adverso de la guerra hispano-yanqui de 1898, no solo frustró el proyecto, sino que derivó en la apropiación del mismo por intereses anglo-americanos, que se apoderaron de rutas vitales del comercio internacional, como eran Filipinas, Cuba y Puerto Rico. Ya a partir del proceso de expansión hacia el Oeste, EEUU había empezado a usurpar un destino que, originariamente, era hispanoamericano: mexicano, panameño, centroamericano, caribeño.
De acuerdo con el proyecto que Augusto Marqués llamó ''Nuevo Camino de la China y el Japón'', los barcos harían escala para abastecerse y reparar sus averías -entonces muy frecuentes a causa de las tormentas del Mar de la China y Micronesia- en las Islas Guam. El interés del proyecto -se decía- no sería exclusivamente económico o financiero, ni regional: ''se trata de una obra humanitaria que han de utilizar todos los marinos del mundo''.
Para que el proyecto resultara viable se proponía una reforma de la administración, capacitando a los funcionarios: ''Convendría [...] renovar el personal administrativo de las Islas Marianas, y en lo sucesivo no enviar más que oficiales y empleados inteligentes, de ideas levantadas y liberales'', es decir, avanzadas, para traducir el lenguaje de la época.
También proponía el Ministro de Ultramar una reforma económica integral en toda la región iberoamericana e iberoasiática, de acuerdo con lo que entonces eran los criterios más avanzados de la época:
''Atraer la navegación y el comercio extranjeros. Desenvolver la agricultura e industrias locales [...] lo más urgente es dar al puerto de Guam todas las condiciones necesarias, a saber: [...] un muelle de carena, completado con un f.c. marítimo que pueda, como ya se hace en Honolulú, remontar a seco los navíos de todo tonelaje [...] Creación de depósitos de carbón para vapores [...] Adopción inmediata de medidas liberales [más modernas, en el lenguaje de la época] en las aduanas y en las formalidades del puerto para todos los pabellones [...] también sería conveniente convertir a Guam en puerto franco [...]''.
En lo que se refiere al Canal de Panamá, el proyecto decía:
''Celebración de contratos cuando se abra el Canal de Panamá, con uno o varios de los servicios de paquebotes que unirán China con Europa, para obtener de los mismos que hagan escala de algunas horas en Guam, tanto para dar a conocer el país, como para el cambio de los correos y las necesidades comerciales, facilitando así las relaciones directas con Europa por Panamá y con Filipinas por Hong Kong, en lugar de las escasas comunicaciones actuales''.
Se planteaba también la necesidad de adoptar medidas ''para atraer [...] los capitales extranjeros o nacionales'' con la intención de estimular el cultivo y la industria por medio de primas y subvenciones, así como atraer la inmigración calificada. Por último, alertaba que la posición de la región era ''demasiado ventajosa como para que pueda permanecer inactiva y excitar la envidia del extranjero''.
El proyecto demuestra que, hacia 1888, ni España era un ''imperio en decadencia'', ni las Repúblicas iberoamericanas eran ''el fruto maduro'' que ''por la ley de la gravedad'' tenía que caer en poder de EEUU, -como afirmaba la propaganda anglo-americana de la época-, sino un conjunto de países con un rico pasado y un futuro promisorio desde el punto de vista histórico.
Fuente: Diccionario Enciclopédico Hispano-Americano de Literatura, Ciencias, Artes, Etc. Edición profusamente ilustrada. Tomo XIII. Editores Montaner y Simón, Barcelona/ W. M. Jackson, Inc., Nueva York, pp. 413 y ss. S/d, circa 1900. Artículo sobre las Islas Marianas.
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